Dos chicas francesas

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El otro día me senté en un parque cerca de dos chicas jovencitas que comían sin demasiado entusiasmo, totalmente absortas en una apasionada conversación. Eran francesas. Tan francesas que conocían un millón de palabras en francés. Y esto lo sé porque pude oír cómo las decían todas, una detrás de la otra.

Hablaban las dos a una velocidad de vértigo cuando se les acercó un grupo de pájaros atraído por las migas de su comida. Y entonces, de repente y sin previo aviso, tuvo lugar una de las escenas más surrealistas que he presenciado en toda mi vida. Las chicas -que un segundo antes ignoraban a conciencia todo lo que ocurría más allá de sus narices- aparcaron la conversación de repente y se giraron hacia los pájaros, ofreciéndoles comida de su propia mano al tiempo que les decían:

-Ven aquí, guapo, ven.

¡En español! En un español perfecto, fluido y cariñoso. Nunca sabré qué conexiones neuronales llevaron a las dos chicas francesas a concluir que los pájaros de mi ciudad entienden el español pero no el francés. Pero recuerdo la increíble sensación de confianza que desprendían esas chicas. Se sentían tan cómodas siendo ellas mismas que rezumaban seguridad.

Hay una juventud ahora que vive en un mundo distinto al que nosotros vivimos. Un mundo mucho más grande, más interesante, mejor construido. Tan atractivo que resulta contagioso. Por eso me senté yo en el parque cerca de esas chicas. Porque quería sentir su energía y colarme de su mano en ese mundo nuevo.

Enamorarse

Algunos dicen que el amor a primera vista no existe. Será para ellos. Si de repente hay un foco de luz apuntando directamente sobre una persona de entre los casi 8.000 millones que habitamos ahora mismo el planeta, ¿cómo le llamamos a eso?

La empresa Bianco -de la que yo no había oído hablar en la vida- hizo un anuncio hace un par de años que muestra a un chico y una chica coincidiendo cada mañana en un ascensor. No se dicen nada, pero poco a poco se van enamorando.

No tengo ni idea de a qué se dedica la empresa Bianco ni sé qué pretende anunciar, pero han conquistado mi corazón con este vídeo. Si ustedes quieren ver cómo nace el amor, si quieren recordarlo, comprobarlo o descubrirlo, denle al play. Van a ser cinco minutos de su vida maravillosamente invertidos.

El placer de escribir

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Resulta que ahora nadie lee y sin embargo cada día conozco más personas a las que les encanta escribir. Lo cual nos abocaría directamente a un callejón sin salida si no fuera porque no es verdad. Lo de que nadie lee, digo. Porque a los que adoran escribir se les nota tanto que quedan fuera de toda duda.

Empieza a notarse en el ambiente un deseo cada vez mayor por leer cosas de calidad. Bien escritas, valiosas de contenido, necesarias en su información. Por lo que parece, cada día leemos mejor. Después de años y años obligados a convivir con faltas de ortografía y gramática, abriéndonos paso entre informaciones inexactas, mal documentadas, peor estructuradas, está teniendo lugar una especie de limpieza cósmica (déjenme que lo exprese así) que parece ir escondiendo en lo más profundo del océano las chapuzas de presuntos literatos que ni tienen respeto por sus lectores ni se lo tienen ellos mismos.

Yo descubro artículos increíbles en las redes estos días. Entradas de blogs que me encantan. Libros que me agarran el alma y no la sueltan. Escribir puede matar (pregunten a Hemingway si les parece que exagero) pero también tiene el poder de dar la vida. Se siente una especie de comunión cuando uno encuentra las palabras exactas. Como si la mano de uno tomase las riendas. Por eso quería dar las gracias a todos los que han escrito todo lo que yo he leído últimamente. Son ustedes muy grandes, estén vivos o muertos. En ustedes me fijo yo, les imito. Ustedes son la liga en la que quiero estar y me preocupo mucho de no despistarme.