Tenemos unos paletas cerca de casa que han decorado los balcones del edificio en el que trabajan con muñequitos de Papá Noel. ¿No les parece encantador? Ellos no viven allí, claro, pero pasan tantas horas con nosotros que han querido participar del espiritu navideño que recorre nuestro barrio estos días.
La gente que llena de luces sus balcones para que otros los disfruten… miren, hay millones de cosas bonitas en el mundo, pero seguro que ésta es una de ellas. A mí me gustan incluso los que ponen patitos sacando el cuello por los barrotes para mirar a la calle. Y con tanto entusiasmo por mi parte, pensarán ustedes que yo también lo hago. Qué menos, ¿verdad? Pues resulta que no, porque me da una vergüenza horrorosa.
Para compensar tamaña indignidad, por suerte, tenemos un vecino que ha forrado la fachada entera de su casa con globos de colores y figuritas de Belén. De arriba a abajo, literalmente. Ya pueden imaginarse el éxito que ha cosechado entre los más pequeños. Ahí los tienen a todos, con los ojos fijos y la boca abierta, un día sí y el otro también, mientras sus padres y abuelos se desesperan contando las horas que están perdiendo para siempre jamás. No seré yo quien les diga que se calmen, porque es fácil imaginar la razón de su angustia. Pero sí aprovecho para desearles a todos ustedes que pasen unas felices fiestas.